Título completo: Efialtes, una novela de surrealismo sádico
Año: 2018
Editorial: El transbordador
Género: Novela (Terror)
Obra perteneciente a la sección oficial de los Premios Guillermo de Baskerville 2019
A quienes hayan seguido la trayectoria de Daniel Aragonés no les sorprenderá encontrar en Efialtes algunos de los componentes que le dan a sus obras un sello personal, con independencia de la trama que desarrolle: violencia extrema, personajes de corte marginal y un marcado carácter de crítica social. En Libros Prohibidos lo hemos comprobado reseñando Ausencia de conducta y Fotograma subjetivo, dos libros muy distintos entre sí pero que en cualquier caso incorporan todos esos elementos.
Efialtes, una novela de surrealismo sádico…
Un pequeño y blanquecino haz de luz cae frágilmente sobre mi regazo. El resto se camufla entre oscuridad y penumbras. Es como estar en un mundo invisible delimitado por la realidad. Una realidad volátil y esperpéntica.
En Efialtes, bajo el disfraz de lo onírico, encontramos un primer nivel de lectura violento, salvaje y enloquecido, con apariencia de caos, descontrol y sinsentido: no parece haber justificación moral al desarrollo de una trama que se presenta bajo el género de «terror». Sin embargo, en un segundo nivel de lectura hallamos un esquema o esqueleto hilado a la perfección, en el que surgen aspectos quizás más velados, más tenues, pero que le otorgan a la novela una dimensión muchísimo más rica, más profunda y perturbadora que el mero ensamblaje de sangre y violencia. La superposición de ambos estratos y las preguntas sin respuesta que generan en el lector convierten a Efialtes en una novela realmente impactante, de esas que dejan poso y nos persiguen días después de haber terminado la lectura.
En la presentación de Efialtes, donde pude acompañar al autor, traté de desarrollar los conceptos que para mí están implícitos en ese segundo nivel de lectura, sin desvelar más de lo necesario o destripar la trama. En síntesis, la obra vincula, para cuestionarlas, las distinciones entre lo ficticio y lo real, y entre lo bueno y lo malo. Lo terrorífico es, al cabo, no tanto lo que se muestra (todas esas imágenes de violencia extrema) como lo que se oculta o de lo que se huye y de lo que no se puede escapar (el par bueno/malo en el ámbito de lo real). La violencia es entonces el velo que primero oculta, pero después deja ver, todo aquello que nos repugna de nuestras propias vidas.
Pese a la complejidad del esquema conceptual, Efialtes se asienta en una trama relativamente sencilla y utiliza ese lenguaje cotidiano que también es propio de Daniel Aragonés: la obra se sigue con facilidad y es capaz de enganchar al lector apelando solo al desarrollo dramático, para introducir de manera velada las nociones mencionadas.
Así, Danilo Argento, protagonista de la novela, se nos presenta atado a un silla, con los labios cosidos y contemplando una serie de secuencias de corte sádico en un teatro en el que cualquier aberración parece posible. Por las reminiscencias y conceptos implícitos en la figura del teatro (espacio en el que precisamente se representa o se finge), y en la medida en que se nos hace explícito que el protagonista forma parte a su vez de una representación, podemos comenzar a intuir el trabajo que la novela lleva a cabo sobre las distinciones entre lo ficticio y lo real. No obstante, en un primer momento los conceptos parecen estables. Danilo despierta de un coma y de esa manera pone en su lugar cada una de las categorías: lo real y lo moralmente aceptable se encuentran en el hospital y en el retorno a su vida cotidiana; lo ficticio y lo inaceptable en el ámbito de lo onírico, el perverso sueño de una mente a caballo entre la vida y la muerte.
…. y un juego de espejos entre realidad y ficción
Sin embargo, a medida que avanza la lectura, las cosas se complican: algunos elementos de aquel teatro de lo onírico parecen colarse en la cotidianidad del proceso de recuperación del protagonista, al tiempo que éste inicia una suerte de transvaloración por la que comienza a repudiar su vida de convaleciente y a involucrarse cada vez más en la búsqueda de horror y el sadismo contemplado en sueños. Quizás la pregunta más perturbadora que Efialtes deja en el aire sea qué clase de atracción imprime el teatro en las acciones de Danilo, por qué el protagonista se empeña en regresar a un lugar del que todos querríamos huir. ¿Es el teatro una metáfora de la vida cotidiana y hace explícito lo que en nuestro día a día queda implícito? ¿O se trata de una entidad —en todo caso soñada —en la que a través del dolor y la violencia se pueda hallar un sentido ya para siempre perdido en nuestra cotidianidad? En el proceso de lectura los términos se confunden, no queda claro qué es más real, si el teatro y lo onírico o aquello que tomamos como «real», y en este juego de espejos uno termina por no saber qué refleja qué, lo cual es para mí uno de los mayores aciertos de Efialtes.
Es un efecto mortuorio, como si mi destino estuviese escrito de antemano. Haga lo que haga está ahí, forma parte del aire, y me hace sentir como un trapo viejo flotando en un mar de heces humeantes. Es un matiz que me relega a un segundo plano. Un filtro. Un cambio en la imagen. Allá donde mire, veo esa dichosa niebla, y tiene ojos.
Sacudo la cabeza y vuelvo a la realidad.
Otro elemento fundamental de la novela es su carácter laberíntico. El protagonista parece condenado a vagar entre ambos mundos, y cuando el lector cree que ha encontrado una salida, aparece una puerta que se cierra, un espectro que emerge, algo que le obliga a retroceder. De nuevo, si se puede hablar de terror en Efialtes no es tanto por lo explícito si no por lo que sugiere: en este caso la sensación de ahogo es permanente.
Y esto se vincula con la tipología de Danilo Argento. Desde el principio se nos anuncia que el personaje juega un papel en una obra que es la propia novela. Ese papel no ha sido escogido, sino impuesto por fuerzas que lo superan. En analogía con la inestabilidad de los términos real/ficticio, el protagonista tratará de adquirir el control de algo que en realidad sabe que no puede controlar. De manera más o menos consciente, se irá introduciendo cada vez más en un universo que lo transforma por completo y que guía sus pasos o condiciona sus decisiones. Será un personaje ambivalente, a la vez observador, juez y víctima; un sujeto que pierde pie y se hunde en los entrecruces de lo moral.
Porque en último término Efialtes pone a prueba nuestros conceptos morales. Algunos de los que padecen torturas en lo onírico responden a actos cometidos en lo cotidiano, como un creyente pecaminoso ante la voluntad de su dios. Pero otros parece haber caído en el teatro por azar. Y en cualquier caso, la obra de teatro no es más que una representación, un juego, como la propia novela. Aragonés deja en manos del lector otra de las cuestiones decisivas: en virtud del carácter que le otorguemos al teatro —realidad o ficción —encontraremos códigos morales distintos. Hagan sus apuestas.