Año: 2017
Editorial: Pulpture
Género: Novela corta (humor)
Aupados a hombros del cliché
De existir un diccionario de uso exclusivo para críticos literarios —y si existe, pasadme el enlace—, este tendría las esquinas especialmente gastadas en las páginas donde se encontrasen palabras como reiteración, coherencia, verosimilitud, narrador, intrascendente, peroquécojones, etc. Pero de haber una página para el arrastre por uso y abuso continuado, sería donde apareciera la palabra «cliché». Lo ya visto, los espacios comunes, las repeticiones que aparecen fotocopiadas en las obras; esas cosas que hacen cerrar libros, lanzarlos al suelo e iniciar críticas furibundas. Eso es el cliché y, por eso mismo, cuando me llegó la posibilidad de leer una obra de humor así titulada, me dije que podía ser una cosa buena.
Celia Vivaz, de la última generación de una famosa familia de arqueólogos, los Vivaz, necesita ayuda para salvar a sus padres de las garras de un malvado villano que les obliga a buscar tesoros mayas de incalculable valor. Bueno, en realidad Celia no necesita ninguna ayuda, pero sus padres le han insistido en que ella no puede, que es una damisela en apuros y que necesita encontrar al célebre cazatesoros y arqueólogo estrella, Aldous Cliché. Por supuesto, en esta aventura se esperan grandes dosis de acción, que muera algún secundario, que ella se enamore de él, que haya una batalla final épica y que todo termine con un feliz pantallazo de «The End». No es para menos.
Tengo que reconocer que cuando leí la descripción de este libro se me despertó una sonrisilla tonta, la misma que se mantuvo durante la lectura del mismo. Porque Cliché no es una obra de partirse la caja o de que tu pareja te mire con preocupación y el teléfono en la mano dispuesto para llamar a urgencias por si te da algo. Pero te ríes, no dejas de hacerlo en ningún momento, sobre todo si te gustan las obras de aventuras; especialmente si te has criado tragándote esas pésimas películas de sábado después de comer sobre templos malditos escondidos en junglas, fieras salvajes, tribus indómitas que te atacan porque no tienen nada mejor que hacer, arenas movedizas, volcanes que entran en erupción cuando toca y una carretilla de tópicos más. De hecho, veo clarísima la versión cinematográfica de esta novela corta —por si me está leyendo algún productor televisivo *guiño-guiño*—. Y es que me sorprende que esta idea no haya sido explorada más a fondo todavía.
—¡Pero si es muy sencillo! —exclamó Aldous con hastío. Tomó posición y puso las manos sobre la mesa, dispuesto a exponer la situación con claridad—. Tú eres el típico ricachón que, a pesar de haber contratado mis servicios como cazador de tesoros, vas a hacer lo necesario para estafarme y, o, sacarme de circulación. Yo, Aldous Cliché, soy el protagonista, y hagas lo que hagas no voy a morir porque soy el héroe de esta historia.
El multimillonario necesitó varios segundos para procesar aquella información.
—¡¿Qué?! —gorjeó con un falsete.
Para explotar mejor las posibilidades cómicas, y como puede verse en el texto citado, Cliché agrega un juego metanarrativo tan simple como efectivo. Digamos que los personajes hacen algo así como romper la cuarta pared para reírse de la propia historia: son conscientes de que están en una obra de ficción cuyas características son muy claras y deben cumplirse sí o también. De este modo, Secun, el subordinado del protagonista, sabe que su papel es estar de fondo y aparecer de vez en cuando, la chica es —más o menos— consciente de que no va a tener papel en una segunda parte porque el héroe siempre tiene una acompañante diferente por aventura, o hay una música de orquesta que acompaña los monólogos de Aldous en los momentos más épicos. Y así cliché tras cliché hasta destrozar tantas y tantas películas y novelas del montón.
Aprovechando hasta el último rincón del molde
Ya lo hemos dicho antes: la idea da para unas risas pero tampoco para echar mano del desfibrilador. Esto no es una crítica, sino que también tiene su mérito, ya que Ander Mombiela consigue sacarle todo el jugo a la broma y chotearse sin complejos sin llegar a hacerse repetitivo ni, aunque parezca increíble por la temática del libro, previsible. Por su extensión, lo normal es que las novelas cortas oscilen entre dos extremos: ser demasiado abstractas y no llegar a ningún sitio, o dejar a medias al lector porque dejan mucho por desarrollar. En este caso, el autor aprovecha perfectamente el espacio del que dispone y coloca el «fin» justo cuando corresponde, ni antes ni después. Así todo fluye, no se machaca al lector con reiteraciones y se deja espacio para disfrutar de chascarrillos como este:
—¿Vas a aclararme ahora qué pasa?
—¿Todavía no lo has pillado? Secun, ¿qué pasa en cualquier aventura cuando hay un avión de por medio?
—Que siempre hay una avería y el aparato acaba estrellándose contra el suelo —recitó igual que un alumno de matrícula.
El cazador de tesoros obsequió a su ayudante con un par de palmaditas en la cabeza, orgulloso.
—¡¿Y cada vez que voláis pasa lo mismo?!
Aldous asintió.
—Así es como llegamos a los sitios.
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Foto de pirámide Maya: Malingering