Título completo: Los fantasmas favoritos de Roald Dahl. Una antología de cuentos.
Título original: Roald Dahl’s Book of Ghost Stories
Idioma original: Inglés
Traducción: Regina López Muñoz
Año: 1983
Editorial: Blackie Books (2018)
Género: Libro de relatos (Terror)
Qué mejor que un reclamo para que acudan lectores
Comienza este libro con una breve nota biográfica sobre el antólogo. En ella se justifica por qué Roald Dahl selecciona estos cuentos y no otros como sus fantasmas favoritos. Se nos expone el carácter aventurero y multidisciplinar de este autor de sobra conocido y también se nos habla de la que fue su gran frustración.
Aunque lo intentó, y precisamente por lo mucho que los respetaba, no quiso publicar ningún cuento de fantasmas. Pero se embarcó en la tarea de seleccionar los mejores que se habían publicado hasta la fecha. Esta antología es el resultado de alguien tan especial indagando en un género tan fascinante.
Ahí tenéis lo que llevó a Dahl a agrupar estos cuentos, que eran muchos más originalmente, y ofrecerlos al aficionado al espectro y la cadena. En la posterior introducción, a cargo del propio autor, se confirma lo que se apunta en la cita anterior, dando validez a esa arriesgada inferencia. Dahl se declara incapaz de escribir una buena historia de fantasmas. Es interesante también leer sus teorías sobre la especial sensibilidad de la mujer para los cuentos de horror, de hecho hay mucha presencia femenina en la selección; o el tortuoso origen de esta recopilación, nacida de un fallido proyecto televisivo que se topó con la estricta moral de los que tenían que soltar el pecunio para llevar a la pequeña pantalla los veinticuatro cuentos que fueron elegidos y que en este libro quedaron catorce.
Fantasmas favoritos con marchamo clásico y alguna sorpresa
Esta antología me ha hecho viajar a mi pasado lector, a mis inicios como devoto seguidor del Poe de las Narraciones extraordinarias . Y es que hubo un tiempo en el que solo leía terror, por eso, aun hoy, me siento poderosamente atraído por estas historias truculentas de la época clásica del género. ¡Ay, qué sería de mí sin esos autores de finales del XIX! Al sentir el entusiasmo del propio antólogo, enseguida viajé a ese tiempo paradisíaco de niño que se abre al mundo y descubre muchas cosas; como que la crueldad que se respiraba más allá de su ventana podía ser sublimada en unas cuanta páginas donde lo fantasmal sirve de gran contenedor para nuestros miedos ancestrales que han llegado hasta nuestros días transformados pero vivaces. Hoy el terror ha seguido evolucionando y me pregunto si Dahl hubiera elegido entre sus fantasmas favoritos los relatos más actuales y alejados de los parámetros que abundan en esta antología.
Otro aspecto interesante que ofrece el libro es una semblanza de cada autora o autor. Así, tras la lectura de cada cuento, podemos acudir a estas breves anotaciones, muchas de ella escritas con cierta retranca, para ampliar nuestro conocimiento sobre las vidas, las mentes y las sensibilidades dispares que hay detrás de cada pieza.
Y ya que hablamos de piezas, vamos a verlas una por una. Como siempre digo en este tipo de libros donde son muchas las voces presentes, cada cual se sentirá atraído por uno u otro registro. Yo me limito a dar unas pinceladas que no destripen el relato, a señalar mis afinidades y a esperar a que os decidáis a leer este entretenidísima antología. En ella encontramos historias que se inclinan hacia el cuento tradicional de fantasmas, de ascendencia, sobre todo, británica. Hay algunos autores y autoras más modernos, pero se salen poco de este modelo, aunque sí encontramos temáticas más actuales que se alejan de lo estrictamente decimonónico. Os presento pues todos los espectros de este libro, entre ellos mis fantasmas favoritos, para ver si se os hace la boca ectoplasma.
- «W. S.», de L. P. Hartley.
Fantasmas hay de muchos tipos y esta recopilación comienza con los que pueblan la vida de los creadores de historias. En una extraña sucesión de postales, alguien se anuncia al escritor Walter Streeter, alguien que parece saber bien quién es, qué le gusta y cuáles son sus inconfesables debilidades. Demostración plausible de que las pesadillas a veces comienzan con apariencia de broma pesada. - «Harry», de Rosemary Timperley.
Una de las premisas del buen terror suele ser que se desata cuando y donde menos te lo esperas. Contrasta muchas veces con ambientes, situaciones y vidas de apariencia intachable e idílica. Este choque entre lo ideal y el horror es muy efectivo y por eso este relato se apoya en él junto a otro lugar común del género que aporta contundencia al cuento: la inocencia infantil. A partir de este texto me costará apreciar la belleza de las cosas sencillas. - «La tienda de la esquina», de Cynthia Asquith.
Porque todo buen fantasma necesita su decorado y el de esta historia viene con una tienda de quincalla completa. Este relato se puede leer como una especie de fábula moral contra la avaricia. - «En el metro», de E. F. Benson.
Un poco de física de andar por casa, de especulación espaciotemporal, sirve de yesca para que este relato arda. Fantasmas vivos y muertos y un toque de lección moral que se relaciona, más clichés de género, con el remordimiento de los que se fueron casi del todo. - «Encuentro en Navidad», de Rosemary Timperley.
Brevísimo cuento que tira de ingenio y casualidades. Con tono descreído, lo apuesta todo a la sorpresa. El asombro, si proviene de lo extraño, es también un componente básico del relato de terror. - «Elias y el Draug», de Jonas Lie.
En el mar también habitan fantasmas, este cuento o fábula basada en supersticiones populares de un norte muy agreste lo demuestra. Ojo con maltratar el océano, tiene sus monstruos dispuestos a devolver cualquier ataque. - «Compañeras de juegos», de A. M. Burrage.
Más niños inquietantes mezclados con casoplones aislados en medio de la campiña inglesa. Sin embargo lo que sucede en esta historia, después de erizarnos el espinazo, nos sorprenderá por su humanidad tierna, por permitirnos contemplar el bondadoso cariz que toma lo insólito cuando es capaz de convertirse en una tabla de salvación. - «Las campanadas», de Robert Aickman.
Hay pueblos desapacibles que reciben a los turistas con aparente indiferencia que va transformándose en extrañeza y amenaza velada. La ambientación de este relato, de villa marina corrompida, es magnífica. Pregúntate por quién doblan las campanas. - «El teléfono», de Mary Treadgold.
Relato muy corto sobre la comunicación anómala y sobre quién está al otro lado de la línea. Un claro ejemplo de lo que pasa cuando no se paga la factura del teléfono. - «El fantasma de una mano», de J. Sheridan Le Fanu.
Esta historia del creador del clásico vampírico Carmilla resulta un tanto descafeinada. Si bien, la literalidad de su título nos lleva a su gran singularidad: un espectro fragmentado o el fragmento de un espectro, no sé muy bien como calificarlo. ¡Lo que no pase en un caserón inglés! - «El barrendero», de A. M. Burrage.
Segundo relato de este autor en la antología. Queda de ambas contribuciones una frescura edificante que, junto con un tono por momentos socarrón (sin llegar nunca al exceso o a la burla soez), dan a la voz de Burrage una chispa especial que me ha llamado la atención. Destaca, por particular, entre las demás presentes en este libro. Aunque ya se sabe que sobre gustos hay mucho escrito, pero nada concluyente. Algunos puntos de este cuento me desagradan, como cierto desprecio al diferente, pero no quería dejar pasar la ocasión de destacar un estilo tan marcado. La historia es una llamativa variación de fantasmas mensajeros. Tiene una buena progresión, de lo distendido y jocoso a lo trágico; así como un espectro con interesantes particularidades. - «Más tarde», de Edith Wharton.
Pareja de estadounidenses forrados viajan a Inglaterra para comprar mansión y experimentar la finura y distinción de la vida en el campo. Inconscientes y divertidos, preguntan si el fantasma está incluido en el precio. Lo que les responden deja servido el misterio y, poco a poco, el espectro por el que creen haber pagado se hará presente. Uno de los relatos más truculentos de la antología. - «Por la carretera de Brighton», de Richard Middleton.
Otro cuento breve que se lee como alegoría sobre un tema universal: la muerte. ¿Qué es?, ¿cómo nos adelantamos a ella?. Uno de mis favoritos.
—No lo sé —contestó con amargura—. Yo siempre estoy esperando algo.
—Ya perderá esa costumbre —aseguró el chico—. En Londres hace mejor tiempo, pero es más complicado conseguir manduca. Hay poco donde rascar, en verdad.
- «La litera de arriba», F. Marion Crawford.
En este segundo relato de un subgénero frecuentado, fantasmas de agua salada, aparece un protagonista cerril y racional (adorable cliché que se echaba en falta) que se empeña en negar la amenaza que le ronda. Un relato largo y pormenorizado, de continua aportación de detalles y paso calmado, con un sabor clásico para dar por finiquitada esta colección de cuentos.
Una visión personal muy amplia
Los fantasmas favoritos del autor de origen noruego se agolpan en este libro de gusto afinado respecto a lo que tiene que ser un relato de terror. Su variedad de autores y autoras, cuya presencia no es ni mucho menos testimonial, hará que los entregados al placer del espeluco pasen muchos buenos ratos.
Anotados todos los cuentos, uno casi puede ver aparecer ante sus ojos esa chimenea que es foco principal de un confortable salón con su beatífico fuego. Nuestra atención se difumina y sale de la realidad para ir recorriendo con agrado cada relato, nuestro morboso niño interior aflora y disfruta haciéndose el valiente ante las situaciones que se plantean en Los fantasmas favoritos de Roald Dahl. Hay un placer especial condensado en libros como este, algo que tiene que ver con que su contenido remarca que nosotros estamos a salvo en este lado de la realidad, como lectores del cuento, mientras que ahí fuera siempre es invierno y lo inefable conspira para desarmarnos y hacernos desaparecer. Si, además, los espectros y situaciones sobrenaturales son, como ocurre aquí, cuidados y bien expuestos, entonces el placer se hace casi culpable. Uno retorna a esa fascinación infantil por lo amenazante y misterioso, añade el gusto de desprenderse de su escepticismo adulto y remata el acto usando estos cuentos como prueba de esa entrega especial de la que somos capaces las personas cuando conectamos con el ancestro de la cueva, con toda la tribu junto al fuego arropándose unos a otros y haciendo que el día entregue sus últimas luces, sin artificios, con esa especie de ritual de invocación de lo que es bondadoso y protector y que nos une. Queremos pasar miedo para poder superarlo, tener frío para después ir a calentarnos a esa chimenea que nos abraza.
Arrebujaos, cromañones; elegid vuestro fantasma favorito, niños, milenials y serios adultos. Mezclaos y confundíos alrededor de esta fogata, mirad a los ojos del que tenéis enfrente mientras las historias de este libro van llenando el aire. Sentid como actúa la patria común del pasar miedo, como este rasero nos hace más humanos, más perceptivos y más carne sin macerar. A ver quién es el valiente que se pierde esta magnífica antología.