Título original: The Ballad of Black Tom
Idioma original: Inglés
Año: 2016
Editorial: Runas (2018)
Traducción: Pilar Ramírez Tello
Género: Novela corta (terror)
Revisionando con acierto
Es curioso cómo funcionan los medios, su efecto sobre los lectores y, por tanto, su importancia como difusores de la cultura. La balada de Tom el Negro, obra que reseño hoy, en principio había pasado inadvertida para mí entre la marea de novedades, pero fue gracias a un artículo que leí en el número tres de la revista Windumanoth —escrito por el propio Victor LaValle—, que atrapó mi atención. En el mismo, el autor contaba cómo había descubierto aspectos de su Harlem natal que desconocía gracias a la obra de H. P. Lovecraft. Con gran sensibilidad y delicioso sentido del humor, LaValle destapa el racismo en la obra de Lovecraft, haciendo un repaso por la obra del que fuera su ídolo de juventud. Por cierto, he votado ese artículo a los premios Ignotus de este año. Si no habéis votado todavía, aquí podéis ver todas mis votaciones y recomendaciones.
Charles Thomas Tester conoce la magia de un traje y la invisibilidad que puede dar la funda de una guitarra; sabe que la maldición escrita en su piel atrae la mirada de los blancos acomodados y sus policías. Se dedica a trapichear para comer, pero cuando entrega un libro a una enigmática hechicera en Queens, Tom abre la puerta a un ámbito mágico más profundo y despierta la atención de cosas que deberían haber seguido dormidas.
La revisión de los horrores lovecraftianos que se marca Victor LaValle en esta novela corta es un acierto en muchos sentidos. Por un lado, pese a basarse en una obra tan compleja y tan de sobra conocida como la de los mitos de Cthulhu, y de encuadrarla en el mismo escenario —o uno de ellos, como la Nueva York pre-Crack del 29—, La balada de Tom el Negro sigue un estilo narrativo muy actual. No me parece algo sencillo, ya que son tan poderosos tanto el trasfondo como la influencia de Lovecraft que la tentación de fajarse en una narración lenta y ultradetallada está siempre presente. LaValle ha conseguido sacudirse esto, pero sin dejar de lado la ambientación, el misterio y el sentido de la maravilla propios de un libro de terror cósmico. Esta composición estilística acerca a Lovecraft a un lenguaje actual sin que este pierda su esencia. Que quede claro, nada de esto se antoja fácil de conseguir.
No he terminado todavía con la voz del narrador, que se desenvuelve en el texto como un cantante de jazz, todo sentido del ritmo, libertad, precisión y gracia. Fluye y sugiere sin pretenderlo, teniendo a mano siempre un vocabulario simple y —de nuevo surge la palabra— accesible. Es natural, suena y se percibe natural. Insisto con esto, ya que, como voy a mostrar en el siguiente párrafo, el jazz tiene un papel muy importante en el libro. Uno mucho más importante de lo que podría parecer a simple vista.
Y es que, según las palabras del propio LaValle en el artículo antes mencionado en Windumanoth —que os recomiendo encarecidamente—, hay un fuerte componente reivindicativo en La balada de Tom el Negro. El autor amaba en su juventud las historias de Lovecraft, pero, con el paso de los años, descubrió un fuerte componente racista en el de Providence. Esa visión que menospreciaba a las personas afroamericanas es utilizada en esta obra. Pero no a modo de revancha ni cambiando las tornas. Al igual que ocurre con su forma de narrar, la trama se desarrolla de forma sutil y se limita a mostrar el punto de vista de uno de estos negros —el apodo del protagonista no es casual— que tan mal parados salían en los textos originarios de Lovecraft. Y es ahí donde entra en escena el jazz, ya que LaValle usa como referencia la riqueza cultural aportada por los habitantes de Harlem, su importancia en la sociedad de la época, y el innegable legado que han dejado, no ya solo para la ciudad de Nueva York o los Estados Unidos, sino para toda la humanidad.
Cuando Charles Thomas Tester salió del piso sito en la calle 144 Oeste, oyó a su padre rasguear las cuerdas en el dormitorio de atrás. El anciano podía pasarse la mitad del día tocando el instrumento mientras cantaba al ritmo de la radio que tenía al lado de la cama. Charles esperaba llegar a casa antes del mediodía con la funda de la guitarra vacía y la cartera llena.
Lovecraft estaría complacido
No ha sido mi intención en ningún momento llamar racista a Lovecraft, ni a ninguno de sus seguidores. Simplemente, es que creo que responde a una forma de pensar más propia de su época. Y, bueno, parece ser que H. P. no era tampoco el tipo de persona de pensamiento avanzado; eso también influye. De cualquier modo, veo injusto que le juzguemos con nuestra forma de pensar del siglo XXI, puesto que hemos evolucionado. Algunos de nosotros, al menos. Por eso mismo, creo que si Lovecraft viviera hoy estaría complacido pese a todo. Creo que le habría gustado ver las andanzas de Tom el Negro y su trabajo al servicio del gran Cthulhu.
Porque, incluso criticando y señalando el racismo de la obra original, La balada de Tom el Negro es fiel a su precursora. Hay cariño por las historias de terror cósmico, hay ganas de hacerlo bien, hay incluso devoción. Es un homenaje no solo a los negros de Harlem, sino al propio Lovecraft. Por eso el misterio y la magia están ahí desde el principio, yacentes pero reconocibles. Por eso la puesta en escena rezuma tanta oscuridad; tanta que incluso se paladea. De ahí la sutileza, el cuidado con introducir los elementos correctamente. LaValle cocina esta historia siguiendo la receta de Lovecraft como si la hubiera recibido de manos de su propia abuela. Dándole su toque, por supuesto —y gracias—, pero poniendo un respeto casi reverencial. Se nota.
[…] los bordes de cada uno de los cuartos permanecían entre las sombras y a Tommy le resultaba difícil aprehender las verdaderas dimensiones de los espacios. Era como si la mansión fuera más grande por dentro que por fuera. El olor a viejo, que hablaba de un tiempo indeterminado, se había aposentado en la casa con su tufo a moho, como si por allí jamás soplaran los vientos del presente.
En fin, recomendación para todo tipo de público, no solo para los amantes del terror. Y, también hay que decirlo, es una perfecta forma de introducirse en los ensortijados mundos de Cthulhu y el resto de dioses primigenios. Ahí lo dejo.
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Foto: Dark Rider. Unsplash.