Título original: Ensaio sobre a cegueira
Idioma original: Portugués
Año: 1995
Editorial: Alfaguara
Género: Novela
Valoración: Así sí
Antes de que me acusen de oportunista, quisiera anunciar que empecé a leer este libro unos días antes de que todo este revuelo del ébola en España se levantase (aproximadamente a la vez que la enfermera intentaba que la atendieran en el Carlos III sin éxito). En fin, incompetencias gubernamentales a parte, conveniente o no, Ensayo sobre la ceguera es un gran libro, segundo que leo de Saramago desde El evangelio según Jesucristo. Ya puedo decir que no me extraña que el Nobel de Literatura de 1998 fuera para él.
La temática es escalofriante por lo simple, y a la vez, por lo posible que parece. Un hombre se queda ciego de buenas a primeras, contagiando la ceguera a quienes tienen algún tipo de contacto con él. Tema con alto componente de acojone en estos días de ébola, desinformación, mandatarios impresentables, etc. Peor todavía es el desarrollo de los hechos. Los primeros infectados son confinados en un centro (un psiquiátrico abandonado) donde deben sobrevivir al infortunio de no ver, sumado a la dejadez y tiranía con los que son tratados por parte del gobierno y el ejército. La única esperanza está en los ojos de la mujer del médico, aquellos que todavía ven.
Hace poco, nuestro compañero Miguel me estuvo comentando que se vio muchas veces tentado a dejar de leerlo, pero que si no lo hacía era por el morbo de saber qué más les podía ocurrir a los protagonistas. En esa ocasión lo taché de exagerado para mis adentros, cosa que cambió al empezar a leerlo yo. En apenas 60 páginas, la crudeza del relato se va haciendo más y más empinada, llegando incluso a ser desagradable. Saramago realiza aquí un despliegue de imaginación terrorífico, narrando qué podría ocurrir con los afectados de una epidemia infecciosa en nuestro mundo. Cómo perderíamos nuestro civismo en una ocasión semejante. Y lo cierto es que se trata de un relato real, tal vez demasiado, donde lo único mágico es la enfermedad en sí. Todo lo demás es posible. Tanto que da tanto miedo como la mejor novela de terror.
Otro de los detalles principales es la forma elegida para la narrción. Siguiendo sus ya características (y peculiares) reglas de puntuación, Saramago retrata un relato ágil, que sin detener el paso no deja atrás ni una descripción. Y si lo hace es para dejárselo a la imaginación del lector. También, como ya es marca de la casa, la novela está salpicada de reflexiones dejadas ahí como quien no quiere la cosa, pero que muestran la importante sapiencia de un autor asentado como pocos.
Y ahora, le toca el turno a lo que, en mi opinión, es el culmen de este libro genial: hablemos de los personajes. Ni uno sólo de ellos aparece por su propio nombre. ¿Para qué, en un mundo donde nadie puede ver, y por lo tanto han perdido su mayor seña de identidad: el rostro? Esto no afecta en absoluto al desarrollo de la acción, ya que el lector conoce a los protagonistas como si fuera un ciego más: el médico, la mujer del médico, el primer ciego, el niño estrábico, la chica de las gafas oscuras… Eso precisamente, el conseguir que el lector tenga la sensación de ser uno entre los demás, ayuda a entrar en la historia, a vivirla. Y de qué manera…
Y por último, no podía terminar la reseña sin destacar al que, para mí ha sido uno de los descubrimientos literarios de los últimos años. Se trata de la mujer del médico, la única persona que no ha perdido la vista. He leído mucho de un tiempo para acá, descubriendo personajes memorables, antihéroes imposibles, héroes geniales, criaturas imprescindibles la mayoría de ellos. Pues ninguno llega al punto de la heroína de este libro. Una mujer que, salvo que ha conservado la visión, es perfecta y absolutamente normal. Esto hace que nos pongamos en su piel enseguida, y es con ella con quien más sufrimos, y a la vez, nos liberamos. Todo un hallazgo.
En resumen, ébolas a parte, una novela de lectura obligada para la que sólo hay excusa si se pasa por un proceso depresivo agudo. Avisados estáis.