J. D. Salinger: El guardián entre el centeno

Título original: The Catcher in the Rye
Idioma original:
Inglés
Año:
1951
Editorial: Little, Brown &Company/ Alianza (2007)
Género: Novela
Valoración: Así sí

Llevábamos mucho tiempo sin traer aquí ningún clásico, inmersos como estamos en la planificación del Premio Guillermo de Baskerville. El dedicarnos con tanto ahínco a los libros independientes me ha dado algo de perspectiva al respecto, quiero decir, que me pregunto si es conveniente o no lanzarse a hablar de un clásico de más de 60 años, tan importante, tan leído, amado, odiado, estudiado, y que a tanta gente ha inspirado (para bien y para mal). ¿Puede este simple mortal que les escribe agregar algo de valor a El guardián entre el centeno? Lo dudo, pero ahí vamos de todos modos.

Holden Caulfield es un adolescente con problemas típicos de la adolescencia, esto es, derivados de las relaciones sociales, los estudios y su aceptación como parte del engranaje. Nada que se salga de lo normal, al fin y al cabo. Sin embargo, muy pronto se ve cómo la visión personal del mundo que tiene el protagonista choca con la realidad, lo que le tiene en un estado permanente de rebeldía y rechazo.

Catalogar a Holden Caufield como un imbécil integral sería algo perfectamente asumible (incluso aconsejable), pero también sería quedarse chapoteando en la superficie. La profundidad que Salinger alcanza con este chico (no en vano toda la novela está centrada en él) nos invita a pararnos a pensar un rato antes de juzgarle. Su evidente ignorancia y falta de experiencia le llevan a despreciar casi todo lo que conoce, lo cual le hace caer en flagrantes contradicciones. Esto alimenta un hondo odio; primario y manifiesto hacia la sociedad, y secundario y no nombrado hacia sí mismo, lo que posiblemente sea la verdadera causa de su rebeldía. No cabe duda de que, por este mismo motivo, esta novela también invita a reflexionar sobre nosotros mismos; sobre cuánto de Holden Caulfield tenemos en nuestro interior, cuánto dejamos salir, cuán conscientes somos de ello.

Con respecto a la construcción del personaje no se puede decir nada que no sean elogios. Pese a que a veces el lector se puede preguntar si este muchacho sufre algún tipo de síndrome sociopático que le impide desarrollar empatía, Holden es 100% real. Este chaval es el perfecto antihéroe, al cual vemos en toda su fragilidad y desnudez pese a la coraza que nunca se quita (ni siquiera cuando habla con su adorada hermana Phoebe, única persona viva por quien siente debilidad verdadera). Pocas veces se puede encontrar a un ser humano tan auténtico, único y verosímil como el que se mueve entre las páginas de El guardián entre el centeno.

Más puntos a destacar. Sin duda, el tratamiento de la información es otro de los pilares que hacen de este libro una obra de arte. El punto de vista caótico y siempre enfocado en el menosprecio del joven Caulfield, da una información sesgada al lector, PERO los puntos de vista de los otros personajes que le rodean nos llevan a conocer (o al menos, a imaginar) lo que en realidad ocurre. No todo es tan negro como piensa el prota. De este modo, el cerebro del lector nunca deja de trabajar, pero tranquilos que se trata de un ejercicio suave y placentero.

Leer El guardián entre el centeno en un 2016 saturado por el mal gusto, insensibilizado por la televisión, curado de espanto por la incompetencia y corrupción política, sigue siendo una experiencia fuerte. Sin embargo, ha perdido punch con respecto al momento en el que fue publicado por primera vez; en 1951, en plena Guerra Fría, en un tiempo en el que los besos del cine era un casto juntar de labios y donde cáscaras y diántres eran palabrotas válidas. Entonces sí que fue un bombazo y debemos valorarlo como tal.

Ni que decir tiene que El guardián entre el centeno es una lectura fundamental para los adolescentes. No en vano,  lleva años siendo lectura obligatoria en las escuelas estadounidenses. Su cercanía y la facilidad de su lenguaje lo convierten en una obra de gran accesibilidad, incluso para aquellos menos asiduos al placer de leer (pobrecillos). Esto, además, la convierte en una novela ideal para atreverse con ella en su idioma original (así las célebres expresiones y muletillas de Holden resultan más genuinas). Yo así lo hice, por lo que no puedo hacer apreciaciones de la traducción al español.

Podría añadir mucho más, claro. De hecho, esta reseña no es más que un tímido avance de un obra imprescindible para los amantes de la narrativa. Hay que leerla, amigos, así, sin excusas.

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