Título original: L’amour dure trois ans
Idioma original: Francés
Año: 1997
Editorial: Éditions Grasset / Anagrama (2003)
Traducción: Sergi Pàmies
Género: Novela
Valoración: Infumable
Pasear por el parque. Ver una buena película. Tomar unas cervezas en una terraza con unos colegas. Ir a la playa, si vives en un lugar con playa; o ir a la montaña, si vives en un lugar con montaña, o quedarte en casa viendo porno, si no eres de hacer excursiones pero sí seguidor de esa noble rama del noveno arte. En el tiempo que invertirías leyendo El amor dura tres años podrías hacer cosas infinitamente más provechosas.
No sería mucho, tampoco te creas. Se trata de una novela bastante corta, de poco más de 150 páginas que, eso sí, pueden hacerse un poco cuesta arriba. A fin de cuentas, son 150 y pico páginas de una historia anodina con un protagonista al que dan muchas ganas de hostiar repetidamente con la mano abierta y gritando: “¡Cállate! ¡Cállate, por los clavos de Cristo! ¡Cállate ya!”
A continuación voy a explicar por qué: Marc Marronier (alter ego del autor que yo traduciría como Marcos Marroncito, básicamente por echarme unas risas tontamente) es un crítico de la noche parisina que se siente profundamente deprimido.
“En invierno, en París, hay lugares en los que hace más frío que en otros.”
(Marc Marronier y su opinión sesuda sobre la meteorología.)
¿La razón de esta bajona existencial? Obviamente, las mujeres: el protagonista y narrador de esta novela está inmerso en una profunda crisis conyugal cuando aparece Alice, una mujer que le arrebatará definitivamente el juicio y de la que se enamorará perdidamente, pero que tiene sus propios problemas.
“Siempre recordaré lo primero que le dije:
-Me encanta la estructura ósea de tu rostro.”
(Marc Marronier y el halago más pedante jamás dicho.)
Las dificultades en estas relaciones harán al protagonista arrastrarse por un lodazal autocompasivo en el que desgranará pormenorizadamente todas sus opiniones e impresiones sobre el amor, el sexo, las relaciones matrimoniales y otras cosas del querer. En otras palabras: 150 y pico páginas de lloriqueos de un pijo gabacho.
“Estar solo se ha convertido en una enfermedad vergonzante. ¿Por qué todo el mundo huye de la soledad? Porque obliga a pensar. En nuestros días, Descartes ya no escribiría “Pienso, luego existo”. Diría: “Estoy solo, luego pienso”. Nadie desea la soledad porque te dejas demasiado tiempo para pensar. No obstante, cuanto más piensa uno, más inteligente es, o sea, más triste”.
(Marc Marronier y las pajas mentales mal resueltas.)
Dar de comer a los peces. Plantar un bonsai. Leer unas cuantas reseñas de Libros Prohibidos y tomar nota de qué lecturas leer y cuáles no (esta no). Sacar a pasear al perro. Prepararse un bocadillo de atún. Hay muchas cosas mejores que hacer que perder el tiempo en leer a Frederic Beigbeder (aka Marc Marronier) dando su opinión sobre lo duro que es el amor y lo muy apretados que le van los pantalones Armani en la costura de la entrepierna cuando se sienta a conducir su Porsche Carrrera.
Esto último no lo dice en ningún momento, claro, pero creo que ya nos entendemos.