Título original: Traumnovelle
Idioma original: Alemán
Año: 1926
Editorial: Acantilado (1999)
Traducción: Miguel Sáenz
Género: Novela corta
Valoración: Muy recomendable
Creo que es justo señalar que cuando elegí hacer esta reseña para el Mes Kubrick lo hice porque la película en su momento me dejó muy mal sabor de boca y quería resarcirme con el libro (y ya de paso, volver a ver la peli, a ver si los años hacían que mi opinión fuera distinta). Y, en cierto modo, así ha sido, aunque no para mejor, pero no adelantemos acontecimientos. Por cierto, no, no soy masoquista, y sí, soy consciente de que vuelvo a empezar una reseña de forma escéptica y quejica, pero es mera casualidad. Bueno, vamos al lío.
Fridolin es un doctor que vive felizmente casado con Albertine, la madre de su hija. El día después a asistir a una fiesta de disfraces, Albertine y Fridolin tendrán una conversación en la que se desvelarán secretos y deseos, es a partir de ahí donde empieza el peregrinaje de Fridolin por los recovecos de su propia mente, dando rienda suelta a sus dudas, y navegando por la noche dejándose embaucar por el deseo y por sus propios tormentos.
En esta breve novela he encontrado algo muy intenso y genuino: no me enganchó desde la primera página, sino que se tomó su tiempo para envolverlo todo en ese estado onírico difícil de definir para no dejarme escapar. Es fácil captar desde el principio la opresión de la vida en pareja, de los deseos ocultos, en este caso revelados. Relato soñado es una obra valiente donde los personajes se desnudan y se asustan con lo que ven el uno del otro. Sorprende que estando escrito en 1925 pueda mostrar de una forma tan actual los entresijos de las relaciones.
El personaje de Fridolin, en un estado permanente de embriaguez mental, va dando saltos por las páginas, buscando una forma de escapar a la información desvelada por su mujer. Pero Arthur Schnitzler no le deja escapar de esto, lejos de ello, cuanto más se separa de su casa, más intensa es la travesía.
Relato soñado está lleno de casualidades que no lo son, de encuentros que asemejan otros encuentros, de peleas con el propio ego, con el propio miedo. Es intenso, intrigante y erótico. La atmósfera creada en cada escenario, cada pequeño lugar, cada personaje, también ayuda a construir ese baile de máscaras en el que no puedes para de bailar. Los personajes, y es algo que me encantó, por cierto, van todos como rotos, tocados de alguna forma y, por poco protagonismo que tengan, siempre tienen algo que aportar a la historia.
Pero la cualidad que más sobresale no es la forma en la que Schnitzler pone sobre el mostrador la parte inquietante de las relaciones, sino la forma en la que nos confunde, esa sutileza con la que nos introduce en un sueño consciente en el que no sabemos cuánto hay de sueño y cuánto de realidad. Puedes leer el libro dos veces, como es mi caso, y seguir viendo cómo todo se confunde.
Me gustaría decir muchas más cosas, pero eso significaría desvelar detalles que preferiría que el lector descubriera por sí mismo, y más si tenemos en cuenta que Relato soñado es una obra realmente breve; mejor que recorráis sus paginas solos sin más ayuda de una servidora.
Ahora vamos con la película, claro, mal que me pese, porque sí, porque detesto Eyes Wide Shut y lo digo con la boca grande. Lo siento, señor Kubrick, siento sinceramente que estirase la pata dejando esta película como cierre a su estupendísima filmografía. A esta película le sobra explicación, le sobran escenas donde se intenta dar lucidez a partes del libro que precisamente necesitan quedar en sombras. El libro necesita esas sombras para ser. También le sobran tetas y le sobra un lenguaje ordinario que no se utiliza en el libro. Le sobra la frase final y le sobran personajes sobreactuados hasta dar vergüenza ajena.
Pero lo más grave es lo que le falta, y es que resulta que el personaje que interpreta Tom Cruise tiene sus propias fantasías, cosa que no se desvela en la película, como por ejemplo que las mujeres que le atraen rondan la edad de quince años y que muchos personajes que aparecen rondan esa candidez. Cierto es que añade a la hija del dueño de la tienda de disfraces, pero les sube la edad al resto del reparto, cosa que no entiendo en Kubrick después de haberse atrevido a rodar Lolita.
Otra cosa que decide quitar es la parte del sueño que tiene la mujer del protagonista. En el libro aparece una sacerdotisa que crucifica a su marido, cosa que se da la mano con la fiesta a la que ha acudido esa noche y que sirve de nexo de unión entre el mundo de los sueños y la realidad.
Lo único que se salva es la química que comparten los actores, cosa que no tiene mérito si tenemos en cuenta que eran pareja en aquel momento. Bueno, también molan las escenas de la secta, que son visualmente atractivas.
Y ahora, con vuestro permiso, y advirtiendo a los que no han leído el libro que paren justo aquí, añado la última parte de Relato soñado sin necesidad de añadir la palabra “follar” como cierre.
—¿Qué vamos a hacer, Albertine?
Ella sonrió y, tras una breve vacilación, repuso:
—Dar gracias al Destino, creo, por haber salido tan bien librados de todas esas aventuras… de las reales y de las soñadas.
—¿Estás segura? —le preguntó él.
—Tan segura que sospecho que la realidad de una noche, incluso la de toda una vida humana, no significa también su verdad más profunda.
—Y que ningún sueño —suspiró él suavemente— es totalmente un sueño.
Ella cogió la cabeza de él entre sus manos y la apoyó cariñosamente contra su pecho.
—Pero ahora estamos despiertos —dijo— para mucho tiempo.
Para siempre, quiso añadir él, pero, antes de que pronunciara esas palabras, ella le puso un dedo sobre los labios y, como para sus adentros, susurró:
—No se puede adivinar el futuro.
Permanecieron así en silencio, dormitando los dos un poco y próximos entre sí, sin soñar…