Miqui Otero: Rayos

Año: 2016
Editorial: Blackie Books
Género: Novela
Valoración: Está bien

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Observa esta fotografía. Quizás, si eres de Barcelona o has estado por la ciudad, te resulte familiar. Es el Palacio Nacional, ubicado en la montaña de Montjuic, coronado por esos 9 rayos de luz que proyectan al cielo el nombre de la ciudad. 9 rayos como 9 letras tiene Barcelona. Ellas son el norte en la brújula estropeada de Fidel Centella, un chico que ha nacido sin el don de la orientación.

Fidel Centella tiene 24 años y se acaba de mudar a un piso en el Raval Barcelonés con sus mejores amigos: Justo, Iu y Brais. Un grupo que ellos mismos han bautizado como Los Rayos. Rayos como los de la foto, rayos que también ayudan a Fidel a orientarse por las calles de la ciudad y en las decisiones del día a día.

En los primeros compases del libro, podría parecer que Rayos es una novela de aprendizaje, pues tiene varios ingredientes que “huelen” a eso: un grupo de jóvenes amigos viviendo un periodo de cambio, o quizás el último periodo de su vida antes de que todo cambie; una delicada situación familiar para el protagonista; un conflicto sentimental a resolver; una búsqueda de una identidad con la que sentirse cómodo. Un chico perdido, metafórica y literalmente hablando, que necesita orientarse. Dispuestos los elementos sobre el papel, esperaba que empezaran a activarse los resortes de una trama con carácter juvenil que llevara a Fidel a perderse, claro, por la ciudad y vivir cierta clase de aventuras más o menos entretenidas. Pero qué va.

Ahora, leído y digerido, no creo que Rayos sea exactamente una novela de aprendizaje, sino más bien (como dice el mismo libro) un testimonio de lo que pasa cuando no pasa nada. Y es que, en una novela iniciática o de aprendizaje, la acción es el elemento transformador. El protagonista decide y actúa por primera vez, ergo el protagonista madura. Esta idea del cambio a través de la acción, que al principio de la novela pensaba que iba a ocurrir tarde o temprano, se vio frustrada hacia la mitad de la lectura, cuando me di cuenta de que, efectivamente, la novela no va de eso. Creo más bien que Rayos trata de “literaturizar” el día a día del autor, ya sea con el objeto de usar esa voz literaria para la redención, para el perdón, o para evitar el castigo del olvido de unos días que no tendrían por qué ser recordados.

Fidel Centella (alter ego de Miqui Otero) se pasa toda la novela sin hacer prácticamente nada. Los días, los personajes, los problemas pasan por su desorientada vida sin que en ningún momento llegue la acción, sino que se diluyen con el tiempo o se enfrían. Todos los conflictos que se le presentan son presentados con una insalvable distancia emocional que el lector no puede salvar por sí mismo, y son posteriormente olvidados o resueltos casi con desgana.

Fidel es un narrador cansado, aséptico, poco o nada proclive a meterse en el barro y ensuciarse las manos. Nos ahorra sistemáticamente los momentos de mayor tensión dramática (como pueden ser los referentes a la enfermedad del padre) y prefiere pasarlos por alto para evocarlos a posteriori, con lo que tenemos un relato que, en lo emocional, es plano, falto de toda la energía, la duda, la emoción que podría esperarse de un protagonista de esa edad en esas circunstancias.

Y, ¿sabes qué? Pese a todo, me ha gustado. Me ha gustado que Rayos no sea más que un paseo de la mano de Fidel Centella (perdón, quería decir Miqui Otero) por sus recuerdos. Desde los recuerdos de su niñez en algún punto del barrio de Sants-Montjuic y los veranos en Galicia hasta los de su recién estrenada edad adulta en un Raval donde aún estaba por caer, como un Zeppelin de plomo, la crisis inmobiliaria.

Rayos es un relato verosímil y acertado en esta Barcelona diseñada como escenario y no como ciudad viva, en la que se ha impuesto cierta clase de domesticación vestida de civismo, a la que hace tiempo que han robado la posibilidad de sorprender, o al menos de que pase algo que sea memorable, o al menos algo que merezca una novela. Una ciudad en la que pasan cosas pero no pasa nada. Como en Rayos.

No es una novela de aprendizaje porque carece de la acción y la intensidad que se esperaría de una novela de este tipo, pero es que quizás Barcelona no sea el lugar en el que uno pueda vivir una gran novela de aprendizaje. Miqui Otero ha sabido plasmar qué es tener veintipico en esta ciudad muerta, y ha sabido mostrar las diferentes realidades que en ella  hay (la de los ricos, la de los pobres, la de los que están de paso y la de los que, para su mal, se quedan) y lo ha hecho con una historia que, aunque rechaza de plano la acción y el drama, y aunque tiene un narrador al que por momentos parece que le da pereza narrar, no da pereza, sino al contrario. Está francamente bien.