Lucas Albor: Golondrinas muertas en la almohada

Año: 2016
Editorial: Amarante
Género: Novela
Valoración: Muy recomendable

Finalista de los Premios Guillermo de Baskerville 2016, categoría Novela

Aunque parezca que ya estamos acostumbrados, siempre es emocionante recibir la primera obra de un autor, todavía más cuando tiene todos los requisitos para entrar en la sección oficial del Premio Guillermo de Baskerville, y más aún cuando disfrutamos de su lectura. Golondrinas muertas en la almohada cumple (¡hurra!) con todo lo relatado. Voy a explicarlo en las siguientes líneas.

En la ciudad de Tucumán (que bien podría estar situada en México, frontera con Texas) ya no quedan inocentes. La ley del más fuerte ha sido desplazada por un equilibrio volátil donde no hay más justicia que la impartida por el caos. Una joven madre que alterna su trabajo con la prostitución, un matón a sueldo, un campesino en apuros, un policía con demasiada conciencia y un poeta alcohólico son algunas de las almas en pena que habitan este emplazamiento ficticio.

Pese a esa portada tan redundante («¿que el libro se titula Golondrinas muertas en la almohada?, pues pondremos la foto de una golondrina muerta en una almohada» – muy sutil), nos encontramos ante una obra bien estructurada, coherente, valiente, escrita con mucha intención, donde (valga el topicazo) no sobra ni una coma. Esto último no es algo que me encuentre a menudo en mis lecturas.

Más que conseguida, la ambientación es excelente. Sin apenas hacer descripciones en detalle, con un par de acertadas pinceladas, Lucas Albor construye con astucia un más que convincente planteamiento. Se vale de los lugares comunes de los muchos libros y películas que retratan ciudades fronterizas como El Paso, de modo que con solo una o dos líneas ya se sobra y se basta para comunicarle al lector el dónde y el cómo. Esas imágenes residuales y, en principio, poco importantes (una luz de neón que parpadea, una pieza de ajedrez, una cafetera a punto), plantean la acción sin distraer. Sin embargo, y a su vez, dichas imágenes son suficientemente potentes como para quedarse grabadas en la corteza cerebral con una eficiencia impropia de un autor novel. Y funciona a la perfección. Desde la primera página es posible respirar la atmósfera de Tucumán, sentir su calor agobiante, compartir sus distintos olores, incluso molestarnos por su suciedad y su corrupción a todos los niveles.

El manejo de los tiempos es sencillamente ejemplar. El autor sabe guiar al lector por donde más le apetece, controlando cada lugar, cada instante. Da la sensación de que no deja nada al azar, que cada párrafo de Golondrinas muertas en la almohada está ahí cumpliendo una función específica. Esta estructura compacta no está exenta de ágiles cambios de punto de vista o espacio-temporales. Es posible que el texto presente un par de incoherencias con respecto a esto último, pero por regla general cada sección cumple a rajatabla con su objetivo: adentrar al lector entre las callejuelas de esta ciudad en proceso de putrefacción.

Los personajes, también basados en estereotipos que hemos visto anteriormente en otras obras de ambientación parecida, sí que tienen vida propia. Son muy reales, muy cotidianos, muy de carne y hueso, pretendidamente imperfectos; completamente creíbles. Se mueven, actúan, hablan (sobre todo hablan) con su propia voz. Es posible que la figura de Chinaski, alter ego de Charles Bukowski (influencia anunciada a los cuatro vientos por el propio autor), tenga poco sentido en el desarrollo de los acontecimientos. Sin embargo, no choca, es una pieza que encaja sin problemas, ofreciendo un nuevo perfil (el del turista gringo que cruza la frontera para, básicamente, irse de putas y emborracharse) entre el elenco. Por increíble que parezca, también este personaje suma en el global.

No debemos dejar de mencionar una de las más claras intenciones de esta novela: la crítica sociopolítica. Sin caer en juicios de valor, moralejas ni otras torpezas por el estilo, Golondrinas muertas en la almohada da un interesante repaso a la realidad social de muchos países de Latinoamérica. Tal vez necesitando relatar los hechos con la velocidad que el texto le imponía, el autor exageró bastante ciertas partes (el proceso judicial a los campesinos es demasiado truculento/parodiesco). No obstante, consigue colocar el foco en la desigualdad; de hecho, es el epicentro de todo lo que acontece.

En fin, mucho me temo que esta va a ser una de las lecturas que recomiende con mayor encarecimiento para este verano, sobre todo a los lectores más exigentes. De nuevo, una y cien veces más, ¡hurra!