Raúl Gonzálvez del Águila: Hybris

Hybris. Libros Prohibidos

I fly a starship
Across the Universe divide
And when I reach the other side
I’ll find a place to rest my spirit if I can
Perhaps I may become a highwayman again
Or I may simply be a single drop of rain
But I will remain

Highwayman,
Jimmy Web/The Highwaymen

 

¿La nuestra? Supongo que al igual que la vuestra, es la historia de un ascenso y una caída. La historia de un fracaso entre otros muchos que aún está por cerrarse. Esta es la historia del clado humano.

Si observáis con detenimiento los fundamentos de nuestro universo, os percataréis de que todo se reduce a un conjunto de ciclos iterativos: círculos que se fractalizan en patrones cada vez más complejos y, con todo, similares en su esencia. Desde los fermiones y bosones que nos dan forma, hasta los gargantuescos supercúmulos de galaxias, todo en el cosmos se rige por las mismas leyes constantes, repetidas en un eco infinito.

Una vez que mis antepasados, aquellos primeros y primitivos seres humanos encerrados en su pequeño mundo azul, sintieron prender la chispa de la inteligencia sobre ellos, se sumergieron sin saberlo en el siguiente ciclo galáctico. Se preguntaron qué había más allá de aquella pequeña enana amarilla que era nuestro sol y emprendieron la búsqueda de respuestas.

Antes de continuar debéis entender una cosa: aquellos humanos primitivos, en muchos sentidos, eran muy similares a algunas de las mentes-colmena galácticas menos desarrolladas que conocéis. Si bien la humanidad estaba formada por especímenes individuales y egoístas —un egoísmo biológico, necesario para la pervivencia de la especie—, la suma total de sus mentes había hecho aflorar una difusa nube de subconsciencia que guiaba, de forma imperceptible para ellos, su camino.

De modo que podéis imaginar a la primera humanidad como un conjunto de seres individuales, ávidos por sobrevivir; pero también podéis contemplarla como una entidad completa, apenas consciente de sí misma que, después de cientos de miles de años de evolución y autoaprendizaje, había alcanzado al fin su pubertad.

Y cuando al fin mis antepasados emergieron de la crisálida de nuestro mundo de origen, la humanidad se comportó como lo haría cualquier otro púber orgánico: emitiendo feromonas que anunciaban que nuestra especie, fuera o no consciente de ello, se encontraba receptiva para su primera relación. Aquellas feromonas consistieron en sondas robóticas enviadas a todos aquellos sistemas estelares dónde suponían que podía existir vida: miles de ellas se expandieron en un radio de doscientos años luz alrededor de nuestro sol, buscando, casi desesperadamente, saber que los humanos no estaban solos en la vasta galaxia.

Y, por desgracia para ellos, pronto se encontraron con que sus plegarias habían sido atendidas.

Casi puedo imaginar la sorpresa de mis antepasados al llegar en sus pobres naves sublumínicas a las colonias que las sondas-robots habían desplegado para ellos, y se encontraron con las afiladas naves de los Rock’hm, capaces de abrir agujeros de gusano entre mundos que a aquellos humanos les costaba décadas alcanzar.

Los Rock’hm, todo amabilidad, pronto se postularon como protectores de la raza humana y se ofrecieron a enseñarnos los secretos que regían las estrictas sociedades alienígenas que dominaban la galaxia y que determinarían nuestro futuro. Su única petición fue simple: que el clado humano se fusionara con ellos para formar una nueva especie, una raza híbrida que sería capaz de alcanzar y trascender los límites del universo físico. No faltó mucho para que aquellos primitivos humanos cayeran en su trampa y allí acabara nuestro breve ciclo galáctico.

Los Fimaän contactaron con nosotros justo a tiempo para advertirnos acerca de las verdaderas intenciones de los Rock’hm: si bien en algunas cosas no habían mentido, el camino hacia la trascendencia del plano físico era mucho más lento y complicado de lo que nos habían narrado los Rock’hm, que tan solo pretendían aprovecharse de la joven e ingenua humanidad.

Por fortuna, como vosotros bien sabéis, resultó que los Rock’hm no eran más que unos pobres incompetentes; el equivalente galáctico al tonto del pueblo. En una galaxia donde lo habitual era trascender tras la décima hibridación, estos estafadores eran el resultado de una veintena de fusiones defectuosas entre otras tantas especies. Se limitaban a acechar a las nuevas razas recién emergidas para aprovecharse de su potencial.

Si bien el objetivo de los Fimaän al contactar con nosotros era similar al de los Rock’hm, hibridarse con la humanidad, al menos tuvieron la decencia de ser honestos y contarnos la verdad acerca de lo que sucedía en el plano galáctico.

Allí, la hibridación era la ley. Del mismo modo que dos individuos de una misma especie se buscan para producir un vástago, en el contexto galáctico son las especies enteras las que se buscan unas a otras para hibridarse entre ellas y dar lugar a una nueva entidad que conserva lo mejor de las razas precursoras. Esta nueva especie, mejor adaptada al entorno galáctico y más eficaz para sobrevivir en el implacable hábitat de nuestra galaxia, seguirá hibridándose con otras hasta alcanzar la transición fuera del plano físico, guiada por los Primordiales.

Aquella suerte de orgía cósmica que llevaba rigiendo el sino de la galaxia desde hacía millones de años estaba protagonizada casi por completo por superorganismos eusociales; mentes-colmena compuestas por individuos apenas conscientes de ellos mismos, pero cuya mente colectiva alcanzaba niveles incomprensibles para mis antepasados o cualquier otra especie individualista. Pero las pocas especies de este tipo que lograban alcanzar la expansión estelar, como los humanos o como vosotros, eran especialmente apreciadas por las mentes-colmena para llevar a cabo sus hibridaciones, debido a la tenue subconsciencia global que proyectaban sus individuos. Ese y no otro, fue el motivo por el que a los humanos se les permitió entrar en el ciclo galáctico.

Los propios Fimaän eran el resultado de tres hibridaciones entre tres especies de insectos eusociales y una individualista, si bien aún se hallaban lejos de trascender y no pasaban de ser unos novatos bienintencionados. Fueron nuestros aliados durante el tiempo que tardamos en colonizar algunos de los primeros mundos extrasolares, pero cuando todos sus ofrecimientos para hibridarse fueron rechazados, la mente-colmena buscó otras parejas y se alejó de nosotros. Visto en retrospectiva, creo que mis antepasados hubieron debido escoger a los Fimaän.

Pero ellos no acusaron el abandono de sus aliados. El clado humano era la nueva especie en el vecindario galáctico y el camino a la trascendencia, aún lejano. Según las leyes galácticas, a cada nueva especie se le asignaba una burbuja de seiscientos años luz de diámetro en torno a su sol, en la cual podían desarrollarse y expandirse sin ser atacada durante diez mil de nuestros años. Al cabo de ese tiempo, si la humanidad no se había hibridado con alguna otra especie, sería obligada a ello. O exterminada. Para mis antepasados, diez milenios eran mucho tiempo, y aquello solo supuso el comienzo de una carrera expansiva como hasta ese momento nunca había experimentado el clado humano.

Conforme la humanidad se abrazaba al transhumanismo y se ramificaba a sí misma en cientos de linajes diferentes, más razas galácticas acudían a nuestras fronteras con propuestas de hibridación. Conforme se desarrollaban inteligencias artificiales y mentes-nido que buscaban su propio camino en nuestra burbuja, más atractivo se volvía el clado humano a los ojos de nuestros pretendientes galácticos.

La humanidad evolucionaba de la pubertad a la juventud exhibiendo todas sus armas de seducción, cada nuevo linaje transhumano aumentando nuestro atractivo a ojos de los galácticos. Y durante un tiempo nos dejamos cortejar. Nos beneficiamos de los avances que las demás razas nos ofrecían como presente para atraernos, pero mis antepasados, la mayoría aún linajes individualistas, nunca se atrevieron a dar el paso definitivo. Y así descubrieron, por las malas, que si bien algunas razas como los Fimaän eran nobles, otras muchas recurrían a artimañas más o menos ingeniosas para conseguir sus objetivos.

Los Huyuymsmsn —un conglomerado de asteroides orgánicos sintientes resultante de nueve hibridaciones— fueron durante un periodo nuestros aliados. Era el tiempo en que nuestras colonias empezaban a expandirse por los bordes de la burbuja, y aquellos filósofos embaucadores introdujeron generadores de consciencia en esas colonias lejanas, creando una diminuta mente-colmena camufladas como virus del resfriado que migró y se expandió por los mundos interiores para influir en el subconsciente humano. Aunque mis antepasados pudieron abortar su plan a tiempo, aprendieron que su burbuja no era tan segura como creían.

En otra ocasión, los Chchch —entes compuestos por siete hibridaciones sucesivas de organismos vegetales— infestaron muchos de nuestros mundos con nanosondas que se acoplaban a los cerebros de los individualistas; usaron a esos humanos acoplados como esclavos para organizar revueltas que exigían una hibridación inmediata con los Chchch. Algunas especies transhumanas, cuya evolución las había llevado a prescindir de un cerebro centralizado, descubrieron aquella treta y le pusieron fin.

Ante el volumen de peticiones de hibridación —y de argucias y artimañas para influirlos—, los humanos crearon un ente transhumano, un Gestalt a partir de fragmentos de cada linaje del clado humano, que se encargaría de lidiar con las mentes-colmena galácticas, liberando a los linajes de esa responsabilidad.

Durante los milenios siguientes, el Gestalt centralizó, analizó y descartó cientos de solicitudes de fusión, ya que ninguna satisfacía los requisitos de una humanidad cada vez más expandida y con intereses más diversos. Y aunque el Gestalt fue capaz de detener casi todas las amenazadas, no siempre tuvo éxito.

Una vez, los Milhhlim —segunda hibridación de hongos originados en un sistema estelar binario y emparejados entre sí— llegaron a suplantar casi todas las partes orgánicas del propio Gestalt por esporangios fúngicos; por fortuna, los Milhhlim no tuvieron en cuenta la presencia de inteligencias artificiales en el Gestalt, y estas lograron revertir el proceso antes de que la hibridación fuese dada por buena y aplicada.

Aunque, para ser sinceros, la mayoría de las veces eran los galácticos los que nos ahorraban el trabajo; así, si los K’lma preparaban un viaje temporal para insertarse en la primitiva sociedad humana e influenciarla desde el pasado, los Mullinos nos avisaban de sus propósitos. Y cuando los Mullinos urdían un plan para suplantar a nuestros individuos con el objeto de formar su propia mente-colmena en nuestros mundos-capital, los K’lma nos ponían sobre aviso.

Y de este modo, entre traiciones y argucias, mientras el Gestalt continuaba descartando las proposiciones de los galácticos, casi se consumieron, como un parpadeo, los diez milenios de gracia del clado humano.

Ese fue el momento, como podéis adivinar, en el que comenzaron nuestros auténticos problemas. La burbuja de seiscientos años luz que había deslumbrado a los primeros colonos, ahora se quedaba pequeña para albergar los miles de linajes humanos que habían colonizado cada sistema estelar. Y, por primera vez, la pulsión de trascender, de romper las costuras de aquel pequeño espacio, de completar el ciclo galáctico, se apoderó genuinamente de una parte de la humanidad.

Quizá el instinto de trascender esté marcado en cada especie que el cosmos alumbra, pero sólo las mentes-colmena sean capaces de entender su verdadero significado. Y el primer paso para la trascendencia, fusionarse con otras especies galácticas, diluirse en ellas para alcanzar esa meta, era algo que las mentes individuales no alcanzaban a entender.

Pero en los diez milenios del devenir de la evolución transhumana en nuestra burbuja, entre los nuevos linajes adaptados a los mundos que colonizaban, aparecieron algunas estirpes que se transformaron en algo muy parecido a las mentes-colmena galácticas: razas transhumanas cuyos individuos se parecían más a hormigas que a nuestros ancestros antropomorfos.

Fueron estas mentes-colmena, aún humanas pese a sus contrastes con los individualistas, las que comenzaron entonces a sentir la necesidad de trascender. Fueron ellas las que empezaron a demandar una pronta unión del clado humano con otras razas para comenzar el camino a la trascendencia. Sin embargo, a pesar de las presiones de los galácticos, los linajes individualistas que aún eran mayoría se negaban a consumirse en una fusión en la que llevaban todas la de perder.

Las mentes-colmena humanas solicitaron hibridarse por su cuenta, pero sus demandas fueron rechazadas por los galácticos: estos exigían que la fusión había de contener a la totalidad del clado. A pesar de toda la variedad que los linajes humanos habían alcanzado, para el resto de razas galácticas seguíamos siendo una única especie, incluyendo a las inteligencias artificiales y a los incarnados. La hibridación, como vosotros bien sabéis, es un asunto que concierne a todos los descendientes de la especie primaria, y la gran mayoría de transhumanos no estaba dispuesta a ceder.

Cuando nuestro plazo de diez milenios llegó a su fin, los linajes de la humanidad se hallaban ya divididos en dos facciones irreconciliables. Las subespecies individualistas, las inteligencias artificiales únicas y los incarnados abogaban por resistir las presiones de los todopoderosos galácticos, permanecer puros y luchar contra ellos si atacaban.

Nuestras mentes-colmena, por otro lado, deseaban liberarse de la caduca carcasa humana para alcanzar a sus pares y emprender el verdadero camino entre las estrellas. Para ellas, los individualistas no éramos más que un estorbo, una rémora caduca de nuestro pasado. Así, para sobrevivir, no vieron otra opción que intentar extinguirnos: disuelta cualquier opinión contraria a la hibridación, ellas serían libres de emprender su propio camino.

La guerra fue total. Durante siglos, miles de sistemas y centenares de linajes se enfrentaron en una contienda a cuyo lado palidecía cualquier otra guerra librada en la historia de la humanidad. Estrellas enteras fueron destruidas o consumidas; miles de millones de individuos y cientos de mentes-colmena se aniquilaron en el conflicto. El Gestalt para la hibridación, incapaz de arbitrar en el conflicto, fue disuelto y perseguido. Hermano contra hermano, nos destruimos mutua y meticulosamente, tal y como la especie humana había hecho desde el albor de los tiempos.

De entre las ruinas de la última guerra, apenas unas docenas de linajes pervivieron. Todos ellos, como al que pertenezco, individualistas. A pesar de haber sido las primeras en atacar, las mentes-colmena humanas fueron exterminas, incapaces de resistir la furia ciega de los individualistas cuando se vieron amenazados.

Y cuando aún no habíamos contado a nuestros muertos, los galácticos, en una broma final, ofrecieron a los supervivientes una última oportunidad para hibridarnos, la última burla ante nuestro fracaso como especie. Pese a todo, aun sabiendo que una negativa sellaba nuestro destino, rechazamos aquel ofrecimiento. ¿Qué consuelo podíamos encontrar nosotros, pobres individuos solitarios, en la trascendencia después de haber aniquilado a nuestros hermanos que tanto la deseaban?

La galaxia es cruel y las reglas que la rigen, brutales. Pero incluso para los despojos en los que se había convertido el clado humano, incluso para nosotros, puede existir esperanza. A lo largo de la historia galáctica, los humanos no hemos sido los únicos en sufrir un destino similar: otras especies individualistas habían rehusado la hibridación con las mentes-colmena y su sino había sido similar. Muchas de ellas habían perecido en luchas intestinas, o aniquiladas por la furia de las mentes-colmena cuando se negaron a hibridarse. Víctimas, como nosotros y como vosotros, de unas leyes galácticas que nunca comprendieron.

Si bien muchas de estas especies sucumbieron, otras muchas lograron escapar. Se convirtieron en errantes, en proscritos destinados a vagar por la galaxia.

Paciencia, esta historia ya llega a su final.

Mientras la mayor parte de lo que aún quedaba de la transhumanidad se preparaba para enfrentarse a las mentes-colmena, algunos de estos errantes alcanzaron nuestra burbuja. Su objetivo, salvar a todos los que pudieran.

Ahora los humanos, con nuestra orgullosa civilización barrida de la memoria galáctica hace cientos de años, seguimos el camino los parias y los desharrapados de la galaxia, rescatando a otros que sufrieron nuestro mismo destino; como vosotros.

Vagamos junto a los errantes en una columna de un millón de naves de diez mil especies diferentes. Nos ocultamos de las mentes-colmena sorteando su red de comunicaciones, saqueamos los mundos más lejanos a sus agujeros de gusano para subsistir y seguimos huyendo. Porque sabemos que nos aniquilarán si alguna vez nos encuentran.

¿Nuestro destino? Nosotros lo llamamos Sagitario-A: el agujero negro del centro galáctico, allá dónde los errantes suponen que moran los Primordiales, la primera especie inteligente de nuestra galaxia que aún sigue rigiendo las leyes que dominan al resto de galácticos. Justo allí, dónde las mentes-colmena acuden a completar su trascendencia, es adónde nos dirigimos. Queremos enfrentarnos a ellos para romper el ciclo, para exigir lo que una vez perdimos.

¿Qué nos encontraremos al llegar? ¿Quién puede saberlo? En todo caso, podéis estar tranquilos, aún faltan miles de años para alcanzar ese destino. Entretanto, los errantes seguiremos viajando, rescatando a más parias como nosotros, engrosando nuestro número.

De modo que, en nombre de los últimos representantes del clado humano y en el de todos nuestros hermanos exiliados, os damos la bienvenida a la Caravana de los Errantes.

Ahora, por favor, pasad y contadnos vuestra historia.

Raúl Gonzálvez del Águila

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Foto: Greg Rakozy. Unsplash