Manuel Amaro Parrado: Dioses y corderos

Año: 2016
Editorial: Saco de Huesos
Género: Relatos
Valoración: Está bien

Me avisa el prólogo de Dioses y corderos de que no voy a empezar un libro de relatos al uso, sino que voy a adentrarme de lleno en un laberinto. Cada relato esconde al menos una o varias compuertas que comunican con otro, conformando entre todos ellos un escenario de terror, aunque no terrorífico (luego explicaré por qué). De esto me voy dando cuenta poco a poco, con cada pista que el autor nos deja: a veces es la repetición de un diálogo, a veces es un escenario que ya he leído en otro relato, a veces es la alusión directa a los deleznes.

Quizás será necesario que explique qué son los deleznes: bien, para no chafarle a nadie la sorpresa, diré que son el mínimo común múltiplo, una presencia estremecedora que va llenando como una niebla (y nunca mejor dicho: guiño, guiño, codazo, codazo) el ambiente que rodea a los personajes de cada historia. Cada personaje, por supuesto, tiene su problemática particular: un hombre sin memoria que se encuentra de repente emparedado entre dos muros, alguien con algún tipo de obsesión que necesita ser resuelta, uno que busca a otra en un relato y otra que es buscada en el relato de más allá.

Son piezas que pisan un gran número de lugares comunes del género de terror y el thriller: algunos de los relatos parecen extraídos del script de películas como 7even o series como The Walking Dead. Y es que Manuel Amaro ha escrito un libro de relatos, pero bien podría haber sido el director de tantos otros cortometrajes. Su estilo apenas hace concesiones a la floritura, lo cual se agradece en una propuesta literaria que tiene su fuerte en el argumento. Sin embargo, cuando me veo en la obligación de definir el estilo de Manuel Amaro, diría que es funcional, y eso no es del todo malo, pero tampoco es del todo bueno. Voy a intentar explicar por qué: La acción fluye por sus palabras, por supuesto, y cumple con muchas de las pretensiones que un lector puede tener para abrir un libro como este: las historias tienen ritmo, los diálogos son ágiles y (casi siempre) verosímiles, los argumentos (a veces lineales, a veces circulares, a veces casi en espiral) nos conducen las más de las veces a una poderosa imagen final o a una sorpresa. Me refiero a esos momentos como lector en los que dices “¡Anda, qué chulo!” y que, de ahora en adelante, voy a llamar “momentos chachis”.

De modo que, echando las cuentas de la lechera, si hay unos 1,5 “momentos chachis” por cuento, por un total de 13 cuentos, me sale un libro con, más o menos, 19 “momentos chachis” y eso está bien, es entretenido, y pasas un buen rato. Por eso digo que es funcional, porque haciendo estas cuentas de la lechera su prosa sí que funciona.

Lo malo, es que con eso no es suficiente.

Me ha faltado que la prosa de Manuel Amaro fuera tan terrorífica y tan intrigante como las historias que ha construido, que hubiera ido un poco más de la mano la asfixia de sus personajes en la niebla (guiño, guiño, codazo, codazo) con la manera de explicarme esa asfixia. Si bien he disfrutado como espectador de las historias de terror de Dioses y corderos, no he encontrado en el estilo de Manuel el vehículo que me introdujera en ellas, no he sentido que fueran terroríficas. Me ha faltado creerme que estaba de verdad dentro del laberinto que me vendían en el prólogo. Estoy hablando de esa otra clase de experiencia lectora en la que te sumerges por completo en la historia. Voy a llamarlo, por ponerme un poco chulo, “estar en la zona”. Pues bien, apenas he estado en la zona de la ficción de Manuel Amaro. He pasado por ella como el que ve llover.

Pero va, no seamos malos. Dicho ya lo menos bueno, insistamos con lo mejor de Dioses y Corderos: si apuestas por este título seguro que pasarás buenos ratos. Y no lo digo yo, lo dicen las cuentas de la lechera.