Gema del Prado y Miguel Martín: Maldita mi ciudad

Año: 2016
Editorial: Saco de Huesos
Género: Relato
Valoración: Está bien

Esperad, aguantad un poco, llegad hasta el final. Hay varias razones por las que considero que Maldita mi ciudad podría haber sido más redonda, más equilibrada y atractiva para el fanático de la literatura weird a la española y para otro tipo de público menos acostumbrado a estas escabrosidades.

En primer lugar está la elección de textos que se ha hecho para esta antología de marcado acento fantástico y terrorífico. La calidad es irregular, alternando algunos que rayan a gran altura con otros que son insustanciales, sin chicha, y que dejan frío al lector; que los utiliza como sorbo de agua para limpiar el paladar y pasar a la siguiente invención de los autores. Se han “colado” algunos relatos demasiado breves, que parecen más un apunte en la libreta creativa de los narradores, una idea a desarrollar, que un cuento acabado. Someras descripciones de una imagen que les ha gustado y que ahí se ha quedado, sin desarrollo, sin recorrido. En segundo lugar, se acude, y está bien que así sea para hacer los relatos reconocibles y ofrecer carnaza, a los tópicos del género; pero en ocasiones falta una vuelta de tuerca, algún giro inesperado, algún recurso estilístico que nos permita identificar lo que hemos leído como novedoso o como algo que aporte un hito más a la galería de horrores patrios. Me pregunto por qué si en algunos textos los autores lo consiguen de sobra, en otros no se detecta la más mínima exigencia en este sentido.

Como habéis podido leer, Maldita mi ciudad está escrita a cuatro manos. A pesar del dueto interpretativo, se aprecia consistencia, no hay mucha diferencia entre estilos, registros y maneras de tratar a los personajes; al menos no variaciones significativas que justificarían la escisión de la antología en dos partes, una para cada narrador. La verdad es que, sin darme apenas cuenta, me encontré jugando a una especie de porra literaria sobre qué mente estaría tras las bambalinas de cada uno de los cuentos.

Como os decía, con esta obra hay que esperar, darle tiempo, avanzar poco a poco y dejarse empapar por la ambientación, por la curiosidad que suelen despertar este tipo de recopilaciones en las que se salta de un tema a otro, de un lugar a otro, de una muerte a un amor, en las que todo puede cambiar en la siguiente historia. Si somos pacientes comprobaremos que los últimos relatos tienen más enjundia y, cuando estemos acabando, quizás se nos pase la sensación de que podría haber sido una experiencia mejor y nos quedemos con todo lo positivo que tiene la obra.

Por ejemplo, los relatos son un claro homenaje a la ciudad de Madrid. Se nota el conocimiento y el cariño que los escritores ponen para que la capital de nuestro país salga retratada en toda su deslumbrante sordidez. Porque no esperaríais que en una colección de este tipo el decorado fuera luminoso y preciosista, ¿no? En definitiva, como toda gran ciudad, la Villa y Corte tiene un potencial para el mal de lo más afinado y los autores nos lo transmiten muy bien. Vamos, que casi podríamos imaginarnos a Clive Barker ataviado de chulapo.

Más cosas buenas: el uso de un humor cruel, algo absurdo e irreverente. Lo manejan en casi todas las piezas, pero destacaría especialmente De Madrid al cielo, y un agujerito para verlo; Chotis y Ruta turística. En ellas este recurso es el protagonista y se utiliza para criticar algo que no funciona del todo bien en la ciudad real.

Quizás os sorprenda también la crudeza de algunas imágenes utilizadas. En el primer relato, Y mis muros de fuego son, para comenzar con brío, se nos regala una carnicería de lo más agradable, morbosa, perturbadora y desconcertante. El ritmo avanza cansino, como la vida de la protagonista, pero de repente se desata el infierno en la tierra. Estos momentos de crueldad y sadismo –de nuevo Barker parece sobrevolar la obra–, sin ser muy abundantes, sí que se repiten en varias ocasiones y sazonan un poco la lectura.

Ahora os hablaré de un descubrimiento, posiblemente una lectura futura, una curiosidad que Maldita mi ciudad ha contribuido a despertar. En dos de los relatos incluidos se habla de un personaje, el detective Solo, creación de los narradores. En Gato se nos presenta a un niño muy curioso y avezado en meter las narices donde no le llaman y en Mala pata de mala sombra conocemos un Solo ya adulto que, a la manera de detectives de lo sobrenatural como el Silence de Blackwood o el Carnacki de Hodgson, se aplica en la resolución de casos con misterio encerrado de por medio. Las aventuras de este investigador me hacen anticipar muchos ratos de disfrute.

Como he apuntado más arriba, la calidad de los textos es bastante guadianesca. Una pena, porque el tono está trabajado y consigue implicar al lector, lo hace partícipe del paseo que se propone por las calles de la ciudad. Si se hubiera cuidado más la selección y la distribución de textos el conjunto habría ganado en consistencia; los altibajos llegan a desincentivar la lectura en algunos momentos.

Termino destacando dos piezas que me han parecido las más meritorias: Vidas Perras y Ese director de nombre impronunciable. Curiosamente son las que aportan diversidad técnica ya que contrastan por su forma de narrar con los demás relatos. También son más largas, más elaboradas, con algo más de arco argumental y con personajes más sólidos.

En definitiva, estamos ante una antología de historias de terror y fantasía que podría haber sido más sólida pero que ofrece buenos momentos, destellos de lo que sus dos autores pueden ser capaces de dar. Si echamos un vistazo a sus biografías comprobaremos que no se encuentra entre sus intenciones dejar de frecuentar los rincones oscuros, así que estaremos atentos a las evoluciones del detective Solo y a dónde puede llevarnos la imaginación de estos “cuentistas”.